Mi viejo…
-Tené cuidado con las mujeres esas que están esperando en
los tapiales.
Pobre, me dijo eso, cuando me despedía para mi incorporación
al servicio militar. No se animó a decir tené cuidado con las putas, pero fue
la única vez que me habló de sexo explícito.
Veinticinco años antes, él había estado en el regimiento
donde reclutaban a los colimbas, en la ciudad de Santa Fe. Conservo fotos de él
en esa instancia, donde un viaje de 320 kilómetros, era una odisea transoceánica.
Se salvó por número bajo. Yo pensaba que me pasaría lo mismo, pero no tuve esa
suerte. Eran los comienzos de épocas difíciles en Argentina allá por el 1974.
Mi madre lloraba como si iba yo a la guerra. Tal vez le
tenía miedo a las putas, también, no sé.
Mi viejo era demasiado bueno. Muchas veces le vi, en su cara,
marcado el sufrimiento. Creo que yo no se lo provoqué. La vida misma habrá
sido.
Estoy convencido que nunca pudo darse el gusto con una puta.
Lo lamento. Era un buen padre y esposo fiel.
Después comprendí algunos de sus sufrimientos y angustias.
No venían para nada de lo que se había privado, sino de lo que lo habían privado.
O que él mismo se despojó.
Por ser tan bueno se murió. ¡Cómo si a mí no me va a pasar!
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