Si pudiese seguir soñando.
Si pudiese dormir cuatro horas seguidas, sería feliz. Si
pudiese dormir esas cuatro horas, sin alcohol y sin drogas, también sería
feliz. Por una cuestión de prurito, aclaro lo de drogas; legales: relajantes,
ansiolíticos, ocasionalmente algún derivado de opiáceos. Si pudiese dormir…
De todos modos, sería inmensamente feliz, si los días que me
restan vivir, pudiese pasarlos sin dormir un instante siquiera. Y baso esta
afirmación de deseo, en un corolario surgido del siguiente razonamiento.
Me pongo a hacer cuentas, y las matemáticas son asombrosas,
porque aparte de no fallar, cantan verdades. Llego a la conclusión de que a
esta altura de mi vida, con un pequeño
margen de error, me la he pasado durmiendo veinte años. Más de ciento setenta
mil horas. ¡Un verdadero desperdicio!
Busquémosle el lado positivo. Veinte años
soñando. Escucho a Carlos Gardel cantando “Sentir, que es un soplo la vida, que
veinte años no es nada,…”, con la inspirada letra de Alfredo Le Pera, que más
adelante me recuerda “Tengo miedo de las
noches que, pobladas de recuerdos, encadenen mi soñar.”
Fueron mucho más que veinte años de vivir soñando. En los
primeros tiempos, soñaba que era un niño bueno, adaptado a los deseos de mi
madre, y creciendo en sabiduría. Un buen hijo, un mejor hermano, un querido
sobrino y un mimado nieto.
Después, soñaba que era un apuesto joven, exitoso
estudiante, preparado para ser motivo de aplausos por calificaciones, con
vocación de músico, escritor, dramaturgo.
Más adelante, acatando los caminos de la vida, un ejemplo de
esforzado trabajador, para beneplácito de mis jefes. Éxito efímero de una mundana
e intrascendente fama.
En otro orden de cosas, soñaba ser un excelente novio, un
envidiable esposo, un magnífico padre, y en esos roles me tocaba actuar, pero
desde el escenario de mi vida, no escuchaba los cumplidos; posiblemente seguía
soñando.
Abril de 2015
HOMERO ALCIBIADES RACETO
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