Se fue como ella quería...
Doña Teresita se fue; así como ella quería, porque estaba
cansada, y yo la entiendo. Cuando el deterioro físico y mental, supera al
espiritual, es lógico que tenés ganas de irte. Se sentía cansada, pero no
insatisfecha. Hacía rato que venía pidiendo irse a su cielo... quería
encontrarse con su don Raul, que la había precedido súbitamente hace casi diez
años.
Venía preparándose paulatinamente para ese trance
despojándose de las pocas cosas que le pertenecían. Generosa y avara al mismo
tiempo. Lúcida pero caprichosa. Sus
ochenta y cinco años le pesaban. Su botiquín de medicamentos inútiles la
agobiaban, pero ocupaban gran parte de su tiempo.
Tiempo que repartía entre rezos y recuerdos; entre charlas
reiteradas pero para ella muy
importantes; desfilaban otros muertos, algunos curas, recuerdos de su noviazgo,
de sus momentos en el que explotaba su maternidad: nacimientos, bautismos,
enfermedades, y otra vez los infalibles
velorios; siempre la muerte presente, aunque era en si misma un ejemplo de
vida, y secretamente se aferraba a ella.
Un ritual pesadamente repetido; las visitas domingueras eran
mi obligación y mi contacto con ella. No importa si la semana anterior habíamos
charlado de lo mismo. Yo trataba de seguirle la corriente, de amenizar la
velada que se completaba con mates, y esas insulsas masitas sin sal; porque
tenían que ser sin sal... esas hacía bien... las demás eran veneno. Yo trataba
de sacarla del temario de muertes, enfermedades, curas, misas y monjas. Le
hacía chistes que la acercaban al infarto; pero era bien pilla; cuando no
quería ver no veía nada, con su único ojo sano; cuando no quería escuchar
cambiaba rápido de sintonía.
Manías propias de una anciana camino a la demencia natural
en algunas personas; yo le decía: -·no se va a morir, va a vivir tanto como
doña Amalia, mi abuela, ella llegó a los noventa y cuatro·; porque nunca pude
tratarla en el coloquial voceo que usamos; siempre de usted; letra aprendida
con sangre desde la niñez, en su autoritaria forma de educarnos a los cuatro
hermanos.
En esos domingos, siempre la interrumpía en su rezo del
rosario; tenía tres de ellos, guardados en sus cajitas; uno le había regalado
yo, y le tenía ella especial cariño porque había pertenecido a mi esposa, una
santa para mi mamá, pese a la muerte violenta que se provocó, y pese a todos
sus principios religiosos.
Para muchos se fue al cielo... unos pocos creen que está en
el infierno... otros, tan creyentes como ella, piensan que está de paso por el
purgatorio, ese lugar venerado por la vieja, ya que lo recordaba diariamente
con las misas que hacía celebrar *por las almas del purgatorio*.
Yo no soy
dueño de la verdad, pero sé bien donde está; guardada en un ataúd de pino cuyo
veteado fue realzado por el laborioso trabajo del carpintero; y ese cofre
guardado en un mugriento nicho del cementerio local, con número de fila y de
puesto; y estará allí hasta que sus despojos mortales vuelvan, como decía el
cura Celso en la misa de los Miércoles que iniciaban la cuaresma: *Recuerda que
fuiste hecha del polvo y al polvo volverás*
Febrero de 2015