1953
Resultará un poco raro
iniciar de esta manera, con un número, una cifra, que de por si sola no dice
nada. Para mí dice lo suficiente. Es el año en el cual yo nací.
Toda mi vida trabajé con los números, por eso
no gustan tanto. Sí me deleitan el 13,
17 y 69. Los dos primeros por razones obvias, aunque no crea en el azar, y el
69 por su simbología, que parece a la del ying yang. Las matemáticas sí me
apetecen por su abstracción y exactitud. Además están muy emparentadas con la
música, el ajedrez, la astronomía, la física y lo lúdico, pero esto último creo
yo es manejable.
Decir que es el año
que yo nací, no es presumir al punto de pintarme como un gran personaje.
Sencillamente soy lo que soy, que no es poco si lo veo como fruto del amor de mis
padres. Y resulta poco, si lo veo como el resultado de lo que hice a través de
los años para optimizarme. No rendí una proporción correcta con los talentos
obtenidos gratuitamente.
Ya que mencioné a mis
padres, tengo que remitirme al año 1952. Porque si bien las matemáticas no son
exactas para estas cuestiones, es posible que me hayan concebido, el último
viernes de octubre, aunque me inclino más por el sábado primero de Noviembre,
día de todos los santos, o al día siguiente, domingo, tal vez en la siesta, con
repetición a la noche. Es probable un margen de error, de una semana hacia
atrás o del mismo tiempo en vanguardia.
Sea como sea, ellos se
amaban, y querían tenerme. Con el paso del tiempo, tuve suficientes detalles,
para darme cuenta, que pese a la época, los tabúes, la estricta educación
recibida, estaba todo planificado por ellos; confirman esta regla,
posteriormente, los nacimientos de mis tres hermanos, que vieron la luz, en
tiempos sincronizados. Esto no se opone, a su profunda religiosidad, y
observancia de los preceptos impuestos por la iglesia católica, en momentos que
se enseñaba de un dios todopoderoso, arbitrario, castigador, condenatorio
especialmente en los “pecados sexuales”. Creo que disfrutaron haciendo el amor,
cuyo único fin, no es la procreación, sino el deleite de la entrega apasionada
de cuerpo y alma. Posiblemente se cuidaron de hacerlo antes del sacramento ante
el altar.
Unos pocos años
después, yo era sumamente curioso, y mi instinto me llevaba a la investigación.
No era fácil, digamos con cuatro a seis años, pero podía husmear donde
apropiadamente no era conveniente metiera mis narices, y menos aun que me
pillaran haciéndolo. Pero observaba a mi madre, haciendo cuentas sobre gráficos
en un libro, del cual su “escondite” yo conocía. Tenía tiempo y paciencia, y
finalmente encontraba algún momento para entrometerme en sus páginas. Es
probable que no entendiera todo, con mi embrionaria iniciación en la lectura, y
mi nula información sexual. Se trataba de un libro recomendado por la iglesia católica
sobre los métodos naturales de anticoncepción: el de temperatura basal, que se
sirve del aumento de la progesterona, que afecta a la temperatura corporal
interna de la mujer durante la ovulación y determina, una vez diagnosticada,
infertilidad posovulatoria; y el Método
de la ovulación (método Billings): se basa en la observación diaria
de los cambios del moco cervical a lo largo del ciclo femenino,
cambios que se asocian al aumento en los niveles de estrógenos previos al
momento de la ovulación.
Yo inevitablemente voy a escupir un poco de ponzoña:
la iglesia católica sigue condenando los métodos que considera antinaturales,
pero al mismo tiempo en los textos sagrados se lee que el sexo tiene como único
fin el de la procreación y por lo tanto la perpetuidad de la raza. Entonces ¿cómo
recomienda un método que permite aprovechar los días infértiles para tener relación
sexual?
Para ser justo con mi
madre, debo reconocer que tuve de parte de ella, una información no exactamente
relacionada con la sexualidad, pero que mi imaginación completó
correctamente.
julio de 2014
Acompañan este texto las imágenes: de Pin
it Borgeano passion-kiss; SNTE Sección 16
Jalisco
"El niño y la canasta". Acuarela del
maestro MARTORREV; de Wikipedia Ying yang.
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